miércoles, 25 de mayo de 2011

Banalizar lo que es transcendental


Artículo en el diario La Nueva España
25 de mayo de 1999

BANALIZAR LO QUE ES TRASCENDENTAL

La convocatoria de unas elecciones es algo así como el comienzo de una temporada de circo. Un circo aparentemente gratuito —el precio se paga más tarde— y en el que una gran parte del público —el electorado— asiste sin tener muy claro por qué está allí, ni cuál será el mejor destino que puede dar a su papeleta.
También le falta una información que sea relativamente fiable. Lo que vaya a decidir depende, en muchas ocasiones, de la influencia de alguna otra persona de su entorno que tenga más trabajado el asunto.
También de algo quizás un poco más vago que forma como un telón de fondo
y que se parece a un pronóstico. Hasta para algo tan poco costoso como introducir una papeleta en una urna, el personal prefiere estar en compañía de quienes se supone que van a ganar.
En la formación de ese escenario cuentan los antecedentes de elecciones anteriores, la frecuencia de las fotos y comentarios sobre cada partido, que algo tienen que ver con las disponibilidades económicas, y las tendencias individuales, heredadas o adquiridas, algo muy extendido aunque sea sin profundizar.
En ese escenario aparecen en cada convocatoria los que se presentan por primera vez. Algunos de ellos van a seguir y a subir porque van a quedar enganchados por el interés o la pasión de la política, y unos pocos, los que aportan una mejor disposición ética, son los más necesarios. Nunca serán bastantes y siempre estarán en situación de riesgo de adaptarse resignadamente al entorno de corrupción y de corruptelas.
Cuando se llega a estas luchas está sin gastar el capital de buena fe y de altruismo que cada uno tiene aunque sea pequeño. Y es cuando se es mejor. A partir de ahí aparece una nueva entidad: el partido, con el que forzosamente y por el mismo ego personal hay que identificarse. Las ideas en abstracto y el espíritu crítico van a menos y el sectarismo como cosa normal prevalece. Ya con la primera confrontación electoral comienza la cuesta abajo. No se piensa habitualmente, o si se piensa no se dice, en el deterioro que se causa.
Desde el primer día queda muy claro que de lo que se trata es de ganar y que
cualquier otra consideración es una muestra de debilidad. Lo que se vaya a hacer después, los problemas iniciales que se vayan a afrontar, la credibilidad y homogeneidad del grupo, son cosas que en esos días se olvidan.
La victoria es lo único que sirve; la derrota es hacer el ridículo y todo vale para que no ocurra. Casi igual que en una competición de cualquier deporte.
No se puede —eso es lo que dicen los dirigentes— andar con miramientos.
Las promesas son generosísimas. Si luego no se cumplen, ya se encontrará alguna buena disculpa si a alguien se le ocurre recordarlas.
Hay que tratar de que los electores piensen que se está de acuerdo con ellos y
de manera convencida. Nada de examinar el acierto de sus propuestas. Para nada se tiene en cuenta que la demagogia es la forma degenerada de la democracia tal como explicó Aristóteles hace ya 2.300 años.
Es un mercado en el que lo que más se nota es lo que más falta. El respeto por
la verdad, el escrúpulo. Por el contrario, hay una surtida exposición de variedades de mentiras: la que es pura y dura, la verdad a medias, la exageración, la capciosidad, etcétera.
Un electorado tradicionalmente resignado, que repite tópicos como «todos
son iguales» y «la política para el que viva de ella», favorece el inmovilismo y la corrupción al no exigir mejor información.
La moral del político honesto que se inicia va decayendo y conformándose
cada vez con menos. Se llega a ver como inevitable el bajo nivel de probidad existente y la corrupción que es su consecuencia. Además de que estos tinglados, que dan la sensación de estar organizados para que tengan ventajas los más caraduras, necesitan mucho dinero para sostenerse.
Banalizar lo que es trascendental es absurdo. Es seguir perdiendo oportunidades de alcanzar la madurez como sociedad.

José Manuel Palacio, artículo publicado en José Manuel Palacio. Otra politica es posible.

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